jueves, 20 de diciembre de 2007

¿Simpatía por el diablo?

Me dice una experta que quien escribe “Blog” debería, en ciertos casos, tratar de sí mismo. Y aunque no creo que yo mismo sea un tema interesante, intentaré hacer caso de mi excelente asesora contándoles que mis ideas sobre el funcionamiento de la sociedad humana, las adquirí en el colegio y el liceo, mediante la observación de lo que ocurre en recreos y pasillos, con y sin intervención de los maestros y profesores. Reflexionando sobre lo que veía –y en lo que participaba– pronto entendí del gobierno, que no es más que un monopolio de la fuerza, que también se origina por la fuerza, pero se sostiene por la paradoja de ser preferible a la anarquía. Que las normas positivas, impuestas por un poder ilimitado, son generalmente opresivas, frecuentemente insufribles, y siempre incapaces de lograr sus declarados objetivos. –logrando con frecuencia los contrarios– Que la propiedad privada, y su intercambio lucrativo, es consustancial con la naturaleza humana; y que atacar las primeras es destruir la segunda. Del como se puede aprender eso en recreos y pasillos, es algo sobre lo que tendré que escribir algún día.Claro esta; aquello llegó a hacerme pensar que sufría yo un grabe caso de simpatía por el diablo. Tanto oí desde las cátedras y los pulpitos, la política y la prensa, que el capitalismo era malo, y el socialismo bueno. Que sinceramente traté, sin éxito, en mi adolescencia de pasarme al lado bueno. Pues, fue entonces cuando comencé a notar, que mis conclusiones, sobre el mundo que me rodeaba, parecían conducirme al otro lado; aquel que me decían, era el malo. Mientras más me esforzaba en entender el marxismo, el socialismo cristiano, la socialdemocracia, o cualquiera versión del supuesto lado bueno. Menos sentido le encontraba, más contradicciones le veía; y más absurdo me parecía lo que sus máximos exponentes intelectuales afirmaban. Todo aquel asunto del valor trabajo y la plusvalía, que otros abrazaban tan tranquilamente, seguían atravesándoseme con que, lo que se decía ahí, era que si todos dedicábamos el mismo tiempo, y llenábamos el mismo número de hojas, debíamos tener entonces todos la misma nota, en el mismo examen. Intentarlo me parecía absurdo, además de destructivo. Y en última instancia, imposible de realizar. Pero sobre todo profundamente injusto. Digamos que todos tenemos la misma nota, porque todos trabajamos igual, ya que eso es supuestamente lo justo ¿Y como demonios se calcula entonces cual es la nota que todos obtuvimos? Ninguna respuesta era justa. ¿Cómo podía ser justo lo que conduce a la injusticia? Para colmo, los supuestos malvados me parecían, con demasiada frecuencia, gentes decentes y trabajadoras. Y los supuestos héroes, unos envidiosos vagos e incapaces, royendo la miseria de su propia impotencia; cuando no unos sinvergüenzas que hacían del poder su comercio, y de la arbitrariedad su Ley. Aquello no tenía el menor sentido. Con 19 años, y tras haber leído desde El Capital hasta la encíclica Populorum Progresium, finalmente me rendí. Yo era liberal, y lo había sido, irremediablemente, desde que comencé a ejercitar seriamente el uso de la razón. Mis primeras conclusiones del colegio sobre la naturaleza del hombre, la sociedad y el comercio eran la base de mis ideas. Y nada de lo que intentará lograría cambiar eso. El barniz de marxismo –o de cualquier socialismo– con el que intentara taparlo, se me descascararía mucho más rápido de lo que podía aplicármelo. Es más, mientras más intentaba alejarme de mis primeras conclusiones, más me afirmaba en ellas; al punto de irlas ampliando y desarrollando, casi en contra de mi voluntad. Asumido entonces ese hecho inevitable de ser liberal; dejé de buscar lo contrario, para tratar de entender, en sus grandes exponentes intelectuales, aquello que parecía perseguirme desde dentro. Y lentamente pude irme reencontrado –con enorme satisfacción y autentico placer– con mis propias ideas; sólo que mucho mejor desarrolladas, por quienes las habían pensado mucho antes, y con otras que totalmente nuevas para mí, así como con una visión de un pensamiento vivo en el tiempo, pues desde Smith hasta Hayek es mucho lo que evolucionó el pensamiento liberal, tanto que fue poco excepto sus extraordinarias intuiciones lo que quedó de los clásicos realmente en pie. Estudiando las fuentes incluso se llega eventualmente a entender que un siglo antes de La Riqueza de Las Naciones ya se habían encontrado –y olvidado– las soluciones al callejón sin salida de la teoría del valor clásica. Pero lo importante, a título personal, que no tardé en comprender fue que simpatía por el diablo, no era lo que había tenido al principio. Era aquel conjunto de sandeces, llamado socialismo, que explotando la envidia y la ignorancia de los más, conducen al vicio de la ilimitada arrogancia de los menos al poder; para crear así, no el paraíso que prometían, sino el más completo y dantesco infierno en la tierra.
por : Guillermo Rodríguez González
Doctor en Ciencias Económicas, Directivo Nacional del movimiento liberal Resistencia Civil y director del semario web TercerPolo en Caracas / Venezuela

No hay comentarios: